domingo, 12 de noviembre de 2017

LA VOZ DEL PUEBLO

   [Aunque algunos pretendan convencernos que los planteamientos antiautoritarios e internacionalistas de los viejos anarquistas del siglo XIX están caducos y obsoletos, en realidad están muy al día. Los que defienden el apoyo y participación popular en el juego del poder político, como algo digno de ser tenido en cuenta, que sepan que no es nuevo, siempre ha habido sectores sociales emergentes que se han valido de las clases populares (como últimamente ha venido haciendo cierta parte de la oligarquía catalana con su gente) en su provecho. Como bien nos cuenta una historiadora medievalista francesa sobre el Valladolid de la primera mitad del siglo XIV. En muchas cosas no pasa el tiempo.]

Cortes de Valladolid de 1295.

Las crisis de finales del siglo XIII y de las primeras décadas del XIV no parece pues haber afectado profundamente a Valladolid que, no sólo consiguió mantenerse sino que aprovechó las dificultades de la Corona para obtener mayor independencia.

La vida política urbana se vio sin embargo afectada por la lucha que entabló un sector de la población, enriquecido durante la segunda mitad del siglo XIII, para acceder al gobierno municipal, reservado, desde el privilegio de Alfonso X, a las diez casas oligárquicas de los linajes de Tovar y de Reoyo. Aprovechando sin duda la crisis general y cierto descontento popular, los mercaderes, plateros, peleteros y demás representantes de los oficios de mayores ingresos en la villa consiguieron de la reina María de Molina, durante la minoría de Fernando IV, que se anulasen los privilegios concedidos a los caballeros en el Fuero Real y se constituyeron en un verdadero partido popular, la Voz del Pueblo.

En marzo de 1320, dos meses después que los linajes de Tovar y de Reoyo y la Voz del Pueblo nombraran representantes para llegar a un acuerdo, la reina María de Molina, que necesitaba desesperadamente el apoyo de la ciudad, devolvió a los caballeros sus privilegios, que incluían el monopolio de los cargos municipales.

Un año después, en marzo de 1321, poco antes de su muerte, la reina confirmó el compromiso establecido, que reservaba a los representantes de la Voz del Pueblo la mitad de los oficios concejiles, mientras los linajes se repartían la otra mitad.

Ignoramos las circunstancias de este acuerdo y en particular si hubo, como en numerosas ciudades europeas en la misma época, violencias y disturbios; en cambio, la élite de los no-privilegiados había conseguido, mediante el apoyo popular, el acceso al gobierno municipal.

Entre 1321 y 1332 sin embargo, los mercaderes y artesanos enriquecidos que habían accedido al poder municipal no debieron de cumplir las expectativas suscitadas cuando encabezaban la Voz del Pueblo. Privadas del beneficio de su «revolución», las capas populares reaccionaron al cabo de unos años e intentaron llevarla a cabo reuniéndose a campana tañida, distribuyéndose cargos y rentas municipales, e irrumpiendo en las sesiones del concejo. A petición del concejo —oficial—, el rey tuvo que intervenir: en marzo de 1332, las reuniones populares de los «menestrales y otras gentes menudas» fueron prohibidas y se devolvió el monopolio del ejercicio del poder en Valladolid a los linajes de Tovar y de Reoyo. La presencia en el concejo, posteriormente al privilegio real, de los mercaderes que habían conseguido desempeñar oficios públicos a raíz de la «revolución» de 1320-1321, sólo se explica por su integración en alguno de los dos linajes; entre 1321 y 1332, los linajes vallisoletanos perdieron pues su carácter de «familias de sangre» para convertirse en «familias espirituales», en bandos.

A partir de 1332, los linajes se repartieron por mitad los oficios municipales: regidurías a partir de mediados del siglo XIV, alcaldías, escribanías de la villa y luego «del número», procuradurías en Cortes, fielatos, aposentadurías, guías, tasadurías, montanerías, andadurías, pregonerías, así como los dos cargos de «conservadores» de la universidad.

La «revolución» de 1320-1332 y la Voz del Pueblo vallisoletana no fueron acontecimientos aislados: en Italia y en Flandes, por esas mismas fechas, los «burgueses» enriquecidos consiguieron también forzar el acceso a los gobiernos urbanos, con el apoyo de las masas populares. Sin embargo, al contrario de lo que ocurrió en otras ciudades europeas, en Valladolid la apertura de la oligarquía a nuevos miembros no fue un hecho efímero, sino que se erigió en sistema; no hubo así, como en Florencia por ejemplo, nuevos disturbios a finales del siglo XIV.

ADELINE RUCQUOI
Valladolid en el Mundo. La Historia de Valladolid
(1993)

miércoles, 8 de noviembre de 2017

LA CAÍDA DEL GOBIERNO KERENSKI, LA VICTORIA DEL PARTIDO BOLCHEVIQUE

'Asalto al Palacio de Invierno', diorama de Yefim Dyshalyt
situado en el Museo de la Revolución de Moscú
(madrugada del 8 de noviembre de 1917).

 Por VOLIN

A partir del 17 de octubre (30 de octubre, según el calendario actual), el desenlace se aproxima. Las masas están prestas para una nueva revolución, como lo prueban los levantamientos espontáneos desde julio, el ya citado de Petrogrado y los de Kaluga y Kazán y otros del pueblo y de tropas, en diversos puntos.

El partido bolchevique se ve, entonces, ante la posibilidad de apoyarse sobre dos fuerzas efectivas: la confianza de gran parte del pueblo y una fuerte mayoría del ejército. Así pasa a la acción y prepara febrilmente su batalla decisiva. Su agitación produce efervescencia. Ultima los detalles de la formación de cuadros obreros y militares. Organiza también, definitivamente, sus propios equipos, y redacta la lista eventual del nuevo gobierno bolchevique, con Lenin a la cabeza, quien vigila los acontecimientos de cerca y transmite sus últimas instrucciones. Trotski, el activo brazo derecho de Lenin, llegado hacía varios meses de Norteamérica, donde residió desde su evasión de Siberia, participará en puesto destacado.

Los socialistas revolucionarios de izquierda actúan de acuerdo con los bolcheviques. Los anarcosindicalistas y los anarquistas, poco numerosos y mal organizados, pero muy activos también, haciendo todo lo que pueden para sostener y alentar la lucha contra Kerenski, no por la conquista del poder, sino por la organización y la colaboración libres.

Conocidas la extrema debilidad del Gobierno Kerenski y la simpatía de una aplastante mayoría popular, con el apoyo activo de la flota de Kronstadt, siempre a la vanguardia de la revolución, y de gran parte de las tropas de Petrogrado, el Comité Central del partido bolchevique fijó la insurrección para el día 25 de octubre (7 de noviembre). El Congreso Panruso de los Soviets fue convocado para la misma fecha.

Los miembros del Comité Central estaban convencidos de que este congreso de mayoría bolchevique y obediente a las directivas del partido debía proclamar y apoyar la revolución y reunir todas las fuerzas para hacer frente a la resistencia de Kerenski. La insurrección se produjo el día señalado por la tarde. Y, simultáneamente, el congreso de soviets se reunió en Petrogrado. No hubo combates en las calles ni se levantaron barricadas.

Abandonado por todo el mundo, el gobierno Kerenski, asido a verdaderas quimeras, permanecía en el Palacio de Invierno, defendido por un batallón seleccionado, otro compuesto de mujeres y algunos jóvenes oficiales aspirantes.

Tropas bolcheviques, de acuerdo con un plan establecido en el Congreso de soviets y el Comité Central del partido, cercaron el palacio y atacaron sus defensas. La acción fue sostenida por naves de guerra de la flota del Báltico, de Kronstadt, alineadas sobre el río Neva, con el crucero Aurora. Después de una breve escaramuza y algunos disparos de cañón desde el crucero, las tropas bolcheviques se apoderaron del palacio. Kerenski había huido. Los demás miembros de su gobierno fueron arrestados.

Así, en Petrogrado la insurrección se limitó a una pequeña operación militar, conducida por el partido bolchevique. Habiendo quedado vacante el gobierno, el Comité Central del partido se instaló como vencedor en aquella revolución de palacio.

Kerenski intentó marchar sobre Petrogrado con algunas tropas sacadas del frente de guerra, cosacos y la división caucasiana, pero fracasó por la vigorosa intervención armada de los obreros de la capital y, sobre todo y una vez más, por los marinos de Kronstadt, llegados precipitadamente a prestar ayuda. En una batalla cerca de Gatchina, en los alrededores de Petrogrado, una parte de las tropas de Kerenski fue derrotada y la otra se pasó al campo revolucionario. Kerenski pudo salvarse en el extranjero.

En Moscú y otras partes la toma del poder por el partido bolchevique se efectuó con menos facilidad. Moscú vivió días de combates encarnizados entre las fuerzas revolucionarias y las de la reacción, que dejaron muchas víctimas. Numerosos barrios de la ciudad resultaron muy dañados por el fuego de la artillería. Finalmente, la revolución la ocupó. En otras ciudades, igualmente la victoria costó violentas luchas.

El campo, en general, permaneció casi indiferente. Los campesinos estaban muy absorbidos por sus preocupaciones locales: desde hacía mucho tiempo se preocupaban en resolver por sí mismos el problema agrario; no temían el poder de los bolcheviques. Puesto que tenían la tierra y no temían el retorno de los señores, estaban bastante satisfechos y eran indiferentes ante los defensores del trono. No esperaban nada malo de los bolcheviques, ya que se decía que éstos querían terminar la guerra, lo cual les parecía justo. No tenían, pues, ningún motivo para desconfiar de la nueva revolución.

La manera cómo ésta se cumplió ilustra sobre la inutilidad de una lucha por el poder político. Si éste es sostenido por una gran mayoría y, sobre todo, por el ejército, no es posible abatirlo. Y si es abandonado por la mayoría y por el ejército, que es lo que se produce en el momento de una verdadera revolución, entonces tampoco vale la pena dedicarse a él especialmente. Ante el pueblo armado se derrumba solo. Hay que abandonar el poder político para ocuparse del poder real de la revolución, de sus inagotables fuerzas potenciales, de su irresistible impulso, de los inmensos horizontes que abre, de todas las enormes posibilidades que contiene en su seno.

En muchas regiones, la victoria de los bolcheviques no fue completa, particularmente en el Este y en el Mediodía. Movimientos contrarrevolucionarios se perfilaron muy pronto y se extendieron hasta una verdadera guerra civil que duró hasta fines del año 1921.

Uno de esos movimientos, dirigido por el general Denikin, en 1919, fue sumamente peligroso para el poder bolchevique. Partiendo de los confines de Rusia meridional, región del Don, Kuban, Ucrania, Crimea, Cáucaso, el ejército de Denikin arribó, en el verano de 1919, casi hasta las puertas de Moscú. Explicaremos más adelante los elementos que le otorgaron tanta fuerza a ese movimiento, así como el modo como este peligro inminente pudo ser evitado, una vez más al margen del poder político bolchevique.

Muy peligroso fue asimismo el levantamiento desencadenado más tarde por el general Wrangel en los mismos parajes, después de haber sido ahogado el dirigido militarmente por el almirante Kolchak en el Este. Las otras rebeliones contrarrevolucionarias fueron de menor importancia.

La mayor parte de estos intentos fueron, en parte, sostenidos y alimentados por intervenciones extranjeras. Algunos han sido patrocinados y hasta políticamente dirigidos por los socialistas revolucionarios moderados y los mencheviques.

El poder bolchevique debió sostener una lucha larga y difícil: primero, contra sus ex colaboradores, los socialistas revolucionarios de izquierda, y segundo, contra las tendencias y el movimiento anarquistas. Ambos combatieron a los bolcheviques, en nombre de la «verdadera revolución social», traicionada, a su entender, por el partido bolchevique en el poder.

El nacimiento y, sobre todo, la amplitud y el vigor de los ataques contrarrevolucionarios fueron el resultado fatal de la deficiencia del poder bolchevique, de su impotencia para organizar la nueva vida económica y social. Ya veremos cuál ha sido la evolución real de la revolución de octubre, y cómo el nuevo poder supo, finalmente, mantenerse, imponerse, dominar la tempestad y resolver, a su manera, los problemas de la revolución.

El año 1922, el bolcheviquismo en el poder pudo sentirse definitivamente dueño de la situación y comenzar su momento histórico. La explosión produjo las ruinas del zarismo y del sistema feudal-burgués. Era necesario comenzar a edificar la nueva sociedad.

(Libro I, Tercera Parte, Capítulo V.)